César Trujillo / Columna

Código Nucú / César Trujillo 

*** La frivolidad política

El historiador Edward Gibbon dijo que existe en la naturaleza humana una fuerte propensión a despreciar las ventajas y magnificar los males del presente. La irresponsabilidad y la frivolidad son, en efecto, la definición que ha marcado nuestros tiempos y han sido auspiciadas desde las cúpulas del poder, mostrando lo que es en realidad la clase política en México: una clase superficial y epidérmica. 

La apatía a los problemas que nos aquejan y el disfrute del dispendio, sin importar que ello represente un choque con una realidad que aplasta a más del 60 por ciento de los mexicanos sumidos en la pobreza y pobreza extrema, una realidad que es a toda luces discriminatoria, es una de las principales características que abanderan la frivolidad con la que se muestran los políticos en el país.

No por algo se le criticó al presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, el asistir a la boda de César Yáñez y mostrar la disparidad que impera en un país como el nuestro, y que exhibió la realidad que nos aplasta fuertemente: una realidad que ha sido sembrada por esa misma clase política que no tiene empacho en mostrarse todopoderosa, arrogante, soberbia y rodeada de lujos, despilfarrando y enmarcando, con fuerza, las brechas de desigualdad. 

En un país con muchas carencias, con esperanzas fincadas en el cambio, es inadmisible que se sigan respaldando este tipo de dispendios. Cierto es que nadie puede obligar a los “políticos” a no mostrar su realidad: la de formar parte de las cúpulas dominantes, sin embargo, es antiético e incongruente el avalar las misma prácticas rancias, las mismas formas que son ese fondo que hemos criticado fuertemente hasta el cansancio y que son herencia de los excesos de un pasado que parece repetirse. 

Si bien es cierto que la realidad de nuestra desgastada patria no cambiará al dejarse de mostrar este tipo de eventos, como me señaló un amigo con quien gustamos de discutir temas políticos, cierto es también que es un disparate que los políticos se sigan exhibiendo con total cinismo: pese a ser señalados por su apatía e inoperancia en un cúmulo de temas y, sobre todo, por esa perversa complicidad en un sinnúmero de casos que han terminado por pasar facturas a la sociedad en general.

Lo cierto es que los políticos, desde hace rato ya, que se ha convertido en un mal para la nación al buscar su beneficio particular y desentenderse de lo que debería ser su objetivo único: el bienestar de la gente, el rumbo y progreso de la nación, lo cual hemos visto para ellos no es trascendental.

Ejemplos de esa apatía y esa frivolidad con la que se muestra la clase política hay muchos. Y en últimas fechas abundan (las redes sociales se han encargado de mostrarlos). Chiapas mismo es un claro ejemplo de ello en este sexenio que se caracterizó por el dispendio en la imagen gubernamental, en la ficción escrita en cada una de sus decisiones, en la ingobernabilidad que nunca fue tomada como un problema y que mantuvo alejado al gobierno de los problemas torales que aquejan a nuestro estado.

Por eso, señalar que la frivolidad es uno de los males que debe preocuparnos en estos tiempos debe ser tomado en cuenta por los gobiernos que entrarán en funciones en diciembre. Sobre todo porque la liga que ajusta a esta nación se ha estirado ya a grados impensables y, en cualquier momento, de prevalecer esa política de la cerrazón, de los oídos sordos, puede reventarse.

En nada abonan al cambio las decisiones tomadas si estas siguen repitiendo las mismas fórmulas, los mismos errores y los mismos caprichos que el pasado nos arrojó. Lo peor que podría pasarle a México es seguir hundido en ese frívolo modo de actuar y de operar de los gobiernos que se han acostumbrado a darnos la espalda, a no escucharnos y a decidir sin pensar en el impacto que estas medidas tienen para nosotros, los de abajo, los ciudadanos de a pie, los que sufrimos los errores de los menos.

Estoy convencido que nos merecemos más que un derroche de oratoria y populismo. La nación que somos requiere de otra forma de gobernar, de otro modo de ver las cosas. Los mexicanos provenimos de una tradición de mujeres y hombres comprometidos con su patria: la política corre por nuestro ADN. Quizá por ello sigo poniendo el dedo en la llaga, sigo pensado y buscando cómo ver a México salir de este rezago que mucho daño nos ha causado ya y que esperamos se termine pronto. 

Manjar 

No tiene caso involucrarse en política si las cosas no van a cambiar, si van a seguir los mismos de siempre repartiéndonos sus culpas, si van a seguir cubriéndose con la misma sábana y reforzando la pobreza, me dijo un alumno de preparatoria del tercer semestre, en una de las mesas redondas donde se discutía el rumbo del país, ante un desolador panorama que muestra a las nuevas generaciones apáticas y sin ningún interés por inmiscuirse en la vida del país. Tras ese comentario, muchos más secundaron esa postura: “Nada va a cambiar”. Y la lanzaron como una sentencia que rompe los sueños y anhelos de muchos otros. Estos jóvenes desilusionados, los que no ven una esperanza en nada, son los que vienen ya perfilándose para ser los que tomen decisiones en breve, los que participen y eso debería motivo suficiente para preocuparse. 

#Desencanto

 // “En las redes sociales la tendencia no es reportar noticias sino amplificar rumores o teorías de la conspiración. Es difícil saber qué es verdadero en el tráfico de información de redes sociales”. Lawrence Wright

#LaFrase

 // La recomendación de hoy es el libro Los sentidos del sujeto de Judith Butler y el disco British Steel de Judas Priest. // Recuerde: no compre mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer. 

* Miembro de la Asociación de Columnistas Chiapanecos.

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