Mario Caballero / Columna

Letras Desnudas / Mario Caballero

*** La Mejor Apuesta del PRI

De cara a la renovación de su dirigencia nacional, el PRI vive el peor momento de su historia. El viejo partido hegemónico perdió la oportunidad de renovarse desde la oposición. No organizó una reflexión profunda para evaluar las causas que lo llevaron a la derrota en el 2000 y, sobre todo, para definir su sitio en el contexto democrático.

Durante muchos años se ventiló la idea de que el PRI era solamente un apéndice electoral del poder. Un organismo de vida artificial. Un animal con vida prestada. Burocracia, no militancia.

Doce años fuera del mando nacional no le sirvieron de nada. Siguió cometiendo los mismos errores. Durante ese tiempo ningún priista emprendió la autocrítica, nadie se lanzó a revisar el discurso público o los estatutos que en algún momento fueron considerados como los más vanguardistas en toda América Latina.

Por eso su regreso a la Presidencia en 2012 resultó tan desconcertante. Que haya ganado la elección no significó que haya borrado su descrédito. Porque para muchos la victoria de Peña Nieto fue vista como un retroceso peligroso, el retorno del autoritarismo, el abuso, la corrupción, la arbitrariedad. Y fue cierto. El Nuevo PRI nunca existió porque no inventó un discurso fresco, no mostró prácticas distintas, no cambió su ideario y cuando modificó su reglamentación interna fue nada más para cumplirle caprichos al ex presidente de la República. Tampoco les cobró cuentas a quienes abusaron del poder con el respaldo de sus siglas.

Si casi quedó borrado del mapa político después de los comicios del 1° de julio, fue porque continuó por ese camino.

A la sazón, ¿puede el PRI de hoy representar una oposición y levantarse como alternativa política? En ninguna manera. Sin un replanteamiento serio de su programa, puede doblegarse ante las intimidaciones de un nuevo régimen que en buena medida se parece mucho al auténtico PRI.

Quiero decir con esto que mientras siga siendo fiel a su tradición de encubrimiento y connivencia, de opacidad y corrupción, puede condenarse a sí mismo al basurero de la historia.

APRENDER DE LAS LECCIONES

Por tanto, si quiere estar de nueva cuenta en el juego está obligado a aprender de las duras lecciones que durante dieciocho años no atendió.

En enero de 2011, eligió al peor de todos los priistas como dirigente nacional e incluso impidiendo que otros cuadros más prometedores obtuvieran la candidatura para asumir ese cargo. Es decir, Humberto Moreira fue el único que se postuló en una elección amañada.

Los resultados de su error fueron enormes. El partido cayó en una profunda división, en una crisis de credibilidad y muchos militantes importantes migraron a otros partidos. Moreira, quien gobernó Coahuila de 2005 a 2011, fue acusado de endeudar el estado por más de 33 mil millones de pesos utilizando documentación falsa. Se dijo que esos recursos fueron empleados a favor de su partido en la elección de 2012, precisamente en la que Peña ganó la Presidencia.

Tras el escándalo, su salida era necesaria. Su permanencia ponía un riesgo la elección presidencial. Y en lugar de enfrentar la situación, huyó al extranjero y al amparo del PRI. En 2013, la revista Forbes lo ubicó en la séptima posición de los diez personajes más corruptos de México. Pedro Joaquín Coldwell fue su sustituto, quien pasó sin pena ni gloria.

Manlio Fabio Beltrones, un priista con presuntos nexos con el narcotráfico, desprestigiado y muy ligado a Carlos Salinas de Gortari, asumió la dirigencia del PRI el 20 de agosto de 2015.

Su mala fama, haber sido impuesto en el cargo por Aurelio Nuño, ex secretario de Educación Pública con Peña Nieto, y haber sido involucrado en el desvío de varios millones de dólares de fondos públicos para financiar las campañas políticas del PRI en 2016, fueron factores por los que Beltrones perdió humillantemente las elecciones de ese año, en las que se disputaron doce gubernaturas.

Enrique Ochoa Reza fue otra imposición de Enrique Peña Nieto. Es el más claro ejemplo de que no es lo mismo cobrar recibos de luz que dirigir un instituto político.

Durante los diez meses que duró su liderazgo fue servil, cómplice y el principal operador del presidente en el partido. Fue él quien ejecutó las reformas a los estatutos partidistas que le permitieron al grupo del mandatario hacer y deshacer lo que les vino en gana. Irónicamente, designado para limpiar la mala imagen del PRI, fue señalado de tener turbios negocios en el transporte público, con cerca de mil concesiones de taxis en Nuevo León, además de poseer obras de arte y una fortuna valuada en millones de dólares que, aunque aseguró era producto de su trabajo como servidor público en varios años, nunca pudo comprobar su origen.

Su falta de tacto llevó al priismo a su peor depresión. El día que dejó el cargo, el entonces candidato presidencial, José Antonio Meade, estaba en un tercer lugar en la competencia electoral. Su sucesor, René Juárez Cisneros, terminó por hundir al candidato y al partido.

LAS APUESTAS

El PRI tiene hoy el compromiso de renovar la dirigencia nacional, pero su mayor reto es renunciar a sus cercas históricas, refundarse en una sola oposición que produzca candidatos capaces de competir en una lógica muy básica de nueva oposición vs. nueva hegemonía. Y para eso necesita que quien quede al frente del instituto sea un priista de prestigio, que tenga esa cercanía con las bases, que sea respetuoso de la democracia, con valores, de compromiso social y de experiencia.

Y para ello tiene dos apuestas. La primera de ellas encabezada por José Narro Robles, ex rector de la UNAM, quien se tapó lo ojos ante la corrupción del gobierno al que perteneció y que mintió referente a sus títulos profesionales. Es un político que nunca ha participado en una elección, pero que ha desempeñado cargos administrativos importantes gracias a sus relaciones con el poder. Por años se le ha visto como alguien muy cercano a Carlos Salinas y ha sido parte de ese grupo del que salió Moreira, Beltrones, Coldwell y, últimamente, Ochoa Reza, Nuño y Rosario Robles.

Es de esos políticos que proponen el gobierno fuerte, pero a través del presidencialismo, la política por delante de la economía, el gobierno por delante de la sociedad y la justicia social como una extensión del clientelismo. Muchos empresarios amigos suyos salieron beneficiados con contratos de venta de medicamentos cuando fue secretario de Salud con Peña Nieto.

Ofrece un cambio para el PRI, pero no tiene un trabajo con las bases y mucho menos una trayectoria honesta y alejada de la vieja escuela.

La otra apuesta es Alejandro Moreno Cárdenas, ex gobernador de Campeche, quien con tres años en el gobierno convirtió ese estado en una de las regiones más estables y seguras para la inversión.

Alito, como también le llaman, es un político distanciado del peñismo y de la corrupción que significaron los seis años de ese gobierno. Desde muy joven trabajó con las bases y fue escalando peldaño tras peldaño hasta ser gobernador de su estado. Defiende la democracia, es promotor de la legalidad y al mismo tiempo ofrece un cambio ante el hartazgo ciudadano y el desprestigio del partido que lo arropa. Y los casi treinta años de carrera pública dan cuenta de su compromiso y su manera diferente de ver y hacer política.

“También en el PRI han existido tropiezos, y tenemos la obligación de corregirlos con mucha responsabilidad y con gran sentido de autocrítica”, dice. Eso indica que es un priista orgulloso de su partido, pero con gran sentido de la realidad. No oculta la desvergüenza que llevó al priismo a la debacle, sino acepta los errores y asume el compromiso de rescatarlo.

¿Qué elegirá el PRI? ¿Priistas de viejo cuño implicados en delitos y de deshonrosa conducta pública? O ¿al joven político que ha demostrado con hechos ser un cabildero hábil y un servidor público de resultados y prestigio?

Nadie puede ser llamado a engaño. Decidir por Narro es apostarle a la opacidad y la improvisación. Mientras Alejandro Moreno puede ser ese factor de cambio que le urge al PRI para alzarse como oposición y tener argumentos firmes y fiables que le den esa oportunidad de volver al juego del poder. Si pudo transformar la situación de todo un estado, puede hacerlo con un partido.

Concretamente, la elección del nuevo dirigente no se trata de una lucha entre juventud y experiencia, sino apostarle entre un agente de progreso y otro tradicional. ¡Chao!

yomariocaballero@gmail.com