El proceso electoral 2018, tiempo ha, que dio inicio en el ámbito federal y ni que decir en nuestra entidad y todo ello envuelto en las más impunes formas posibles que retan, literal, a las autoridades electorales aquí y la que se dice nacional.

Alfonso Carbonell Chávez

El proceso electoral 2018, tiempo ha, que dio inicio en el ámbito federal y ni que decir en nuestra entidad y todo ello envuelto en las más impunes formas posibles que retan, literal, a las autoridades electorales aquí y la que se dice nacional. Es decir el OPLE en Chiapas llamado Instituto de Elecciones y Participación Ciudadana (IEPC) y el fracasado Instituto Nacional Electoral (INE), sin chistar. Pero no abordaré al menos no en esta entrega, las aristas de los partidos ni siquiera de los presuntos suspirantes que para el caso local, aunque no lo admitan abiertamente, algunos han dado señales inequívocas en ese sentido. La arista a la que hoy quiero referirme, es a la filosa que los medios de comunicación juegan en dichos procesos y obvio los periodistas que desde ya, están jugando con claros tintes militantes aunque los más experimentados, justo reconocer, se escudan en sesudos análisis para finalmente inclinar la balanza de sus preferencias netamente mercantiles. Válidas y entendibles, pero oscuramente sesgadas y que están provocando, menester apuntarlo, un abierto enfrentamiento que a la postre resultará devastador para las causas que enarbolan. A diferencia de otros tiempos, hoy el periodismo real que se ejerce desde las redes sociales válido sin dudar, también tiene un elemento que hoy aparece como el gran distractor que se ejerce desde cuentas anónimas y paginas informativas construidas ex profeso, desde las que se ponderan virtudes de personajes políticos en tanto otras, por contrario, se dedican a proferir ataques y descalificaciones en una virtual contienda, tratando de equilibrar la balanza. La ausencia de contrapesos reales en el debate de ideas entre la clase política, encuentra en las redes sociales el espacio ideal que les permite comprar, bueno establecer convenios de difusión, que van más allá de consignar sus actividades públicas sino verdaderas trincheras de resistencia desde donde salen dardos envenenados a sus, insisto, virtuales contendientes, que al no ser capaces de confrontarse directamente y poner al escrutinio ciudadano sus propuestas, recurren a sus “aliados” mediáticos. Así entonces, no es extraño leer en diferentes muros severos ataques, señalamientos y descalificaciones de tal o cual personaje público, que más tarda en compartirse o darles like, que ya desde otra cuenta facebukera, les salta otro ínclito comunicador para asestarle con más intensidad, una retahíla de descalificativos contra del personaje que según este último, supone, fue quien $ugirió dicen, la madriza al que éste, por su parte, también $ubió a defender. Y así entre broma y broma, la verdad asoma. La vendimia en alto. Me queda claro.

Y para ponerlo con mayor claritud, ahí tiene el affaire más reciente protagonizado por un par de tipos de cuidado porque es la película que me recordaron, Pablo Malo y Joséan Bueno, en dónde nomás bonitos no se dijeron. Bueno y sí. Y así en duelo ranchero Joséan Bueno le reclama a Pablo Malo haberle robado la elección y en el revire Pablo Malo le dice que de ladrón a ladrón de elecciones, Joséan Bueno le lleva mano. No citaré los textos que ambos personajes nos obsequiaron porque, aunque dignos de retuitearlos me cae, en nada aportarán al entuerto que quiero ejemplificar. Y bueno lo refería ya, no acababan de soltar el plato cuando ¡rájales! Un titipuchal de los llamados “trolles” y otro tanto con nombres y apellidos de deveras, se habían subido al ring y desde sus respectivas esquinas, así sin moverse de sus mullidos bancos, se asestaban el uno-dos en defensa de sus manejadores y el público enardecido desde sus butaques gritaban ¡sangre, sangre! Y la cruenta pelea por el campeonato local de las verdades a medias y las mentiras piadosas protagonizadas por los reales contrincantes, como no son penitentes, prefirieron mandar a sus pupilos para que ellos fueran quienes, al final de cuentas, se partieran la madre. Así quienes perdieron realmente no fueron ni Pablo Malo ni Joséan Bueno, sino aquellos que ya por mutuo propio o pago por evento, terminaron ensangrentados en maledicencias del respetable y el respectivo descrédito ganado a pulso, literal. Para eso me gustaban. Aclaro, no generalizo, pero en estos benditos tiempos del desamparo –tampoco generalizo- gubernamental del CHAYO, muchos no tienen otra opción que tomar partido para que los tomen en cuenta, y cuenta mucho. No es que esté mal, pero el rigor periodístico incluso la respetabilidad del oficio en una crisis tal, no encuentran salidas más que el entregarse, parcial o totalmente según el caso, a clientelas que sin valer lo que pesan, saben que al final de la contienda solo habrá un ganador y pues deciden jugársela con el que sea. El chiste es no estar fuera de la función.