Angel Mario Ksheratto / Columna

Artículo Único  / Angel Mario Ksheratto

*** ¡Cuidado con la anarquía!

Algo grave y vergonzante está pasando en la sociedad. La pérdida de valores y principios es notoria y se manifiesta todos los días, en todas partes. Hemos visto —ya con disminuido asombro— hombres asesinando a otros seres humanos con inusitada frialdad; gente de cualquier estrato, desnudando a mujeres a plena luz del día y en medio de transitadas calles. Habitantes de alguna colonia, secuestrando, amarrando y vejando a sus alcaldes, mientras las autoridades permanecen inertes, ineficientes, incapaces, indiferentes…

Ya nada conmueve y nada obliga a actuar en consecuencia. Como si las cascadas condenatorias y las exigencias vigorosas, fuesen solamente un ritual acostumbrado al que no se debe poner demasiada atención.

En el cada vez más atropellado tránsito al “cambio” anunciado, la impunidad sigue siendo la brecha entre la expectativa y la realidad. La liberación de feminicidas confesos, como ejemplo de la ausencia del Estado mismo, en las pretensiones de un México sin corrupción. El caos absoluto, para revolver el río de sangre.

Los temas de inseguridad, impunidad y corrupción, se abordan de distintas maneras para atraer la atención de los obligados a resolver la crítica situación, pero igual, rebotan de un lado a otro. Entre funcionarios, se lanzan la papa caliente, sin asumir la responsabilidad que les corresponde. 

El ejemplo más claro, es el de la libertad otorgada a varios acusados de feminicidio; los jueces señalan a los ministerios públicos y éstos, a los jueces. Ineficiencia, es el pretexto perfecto para tapar el ojo al macho. La persistente sospecha —más contundente—, señala a la intocada corrupción en ambas instancias.

Otro es la indiferencia; ocurrió en Tapachula, durante la retención, vejación y abusos cometidos contra dos mujeres, acusadas de robo. A dos cuadras del salvaje acto, los policías municipales se volvieron sordos y ciegos. ¿Qué importancia dar a dos mujeres ultrajadas al mayor de los extremos? Los defensores a sueldo del alcalde Óscar Gurría, justificaron la barbarie: “son ladronas”. 

El discurso oficial los contradice. “Nada justifica la violencia”, se han apresurado a decir, pero por ningún acto de esa naturaleza, hay detenidos. Hace unas semanas, una mujer de Bochil fue secuestrada y exhibida atada a un árbol; sus captores, habitantes de una comunidad inconforme con la incapacidad del edil. Hubo el anuncio de castigar a los responsables. Pocos días después, los mismos “líderes” de la anarquía en esa demarcación, secuestraron al alcalde. 

Hoy mismo, el mandatario de Siltepec, fue retenido en una comunidad municipal y fue amarrado (hasta el momento de redactar la presente, no se sabía si habría sido liberado) en exigencia del cumplimiento de promesas de campaña. 

Entendible es la exigencia y la presión social; pero nada justifica la violencia. Tampoco se justifica la pasividad de las autoridades frente a un fenómeno que crece y amenaza con perpetuarse en la entidad. La violencia —cualquiera que sea su origen y propósito—, no debe consolidarse en un estado poco acostumbrado a vivir bajo zozobra y terror. 

La ineficiencia e incapacidad, tampoco deben ser admitidas; no se puede avanzar si persisten los vicios de antaño y las inercias que nos arrastraron a las actuales condiciones. Permitir que la violencia crezca y sus actores gocen de impunidad, no será contribución al establecimiento de la cada vez más lejana “Cuarta Transformación”. ¿Está claro?

Transitorio

Primero lo negó todo: que nunca fue detenido con un cargamento de balas. Acusó a medio mundo de atacarlo sin fundamento. Luego, cuando la mismísima Fiscalía General de la República emitió un comunicado oficial, salió a decir que sí, que le fueron encontrados varios proyectiles que solo el Ejército y la Marina tienen autorización para utilizar. 

Sus mentiras le volvieron a jugar una mala pasada; culpó a los medios de linchamiento. ¡Vaya! Incurrió en un delito y quiere que se le dé trato de santo. Diego Valera, debe asumir su responsabilidad y reconocer que, aun cuando según él, cometió un “error”, violó la Ley y por tanto, debe ser correctamente sancionado. Cualquier otro mortal estaría ahora, ligado a proceso.