Mario Caballero / Columna

Letras Desnudas / Mario Caballero

*** El poeta de la destrucción

Ayer, Andrés Manuel López Obrador conquistó el apoyo de millones de mexicanos con el puro discurso, no con hechos. Hoy narra la realidad de México. La reproduce no con datos, sino con palabras.
Al mero estilo de Donald Trump, quien es capaz de conmocionar a todo un país con un solo tuit, AMLO fue un tenaz dirigente opositor que con mucha inteligencia nos reveló la naturaleza corrupta de la pasada clase gobernante y diseñó el antagonismo político que muchos anhelaban. Lo hizo al fundar un movimiento que terminó convirtiéndose en el partido más popular y poderoso de los últimos tiempos: Morena. Pero lo hizo, especialmente, hablando. En su decir estaba la obra. En su palabra, la esperanza.
La mayor virtud de López Obrador es el discurso. En campaña tuvo la capacidad para mostrarnos un México diferente, sin pobreza y con justicia. Con el indignado recuento del pasado inmediato, con la reiteración de la deshonestidad y el abuso de quienes antes nos gobernaron y con la nostalgia de lo que una vez pudimos ser, elaboró el más persuasivo y eficiente de los argumentos. Ese, precisamente, con el que cambió la política mexicana.
El escándalo de la Casa Blanca, los desaparecidos de Ayotzinapa, la estafa maestra y la depredación de los gobernadores del PRI, mucho ayudaron para validar el discurso del López Obrador. Fue de esta manera que el vocabulario del entonces presidenciable se convirtió en el vocabulario común. Nos hicimos de sus palabras, repetimos sus frases, aplaudimos sus ocurrencias, empleamos sus insultos y nos sentimos parte de su hazaña.
Pronto nos vimos describiendo al PRI y al PAN como “Prian”, y al compacto grupo de políticos poderosos como la “mafia del poder”. Nunca antes en la historia un presidente había poblado con sus dichos nuestra expresión. Hace unos días escuché a un niño de entre 9 y 10 años de edad decir a sus amigos “esta bicicleta no la tiene ni Obama”.
Para referirnos al diabólico Salinas decimos “el innombrable” y para invocar al salvador, “ya sabes quién”. Asimismo, “Fifí”, una palabra en desuso, se hizo la expresión de moda. Incluso, los más acérrimos enemigos de López Obrador se describen como “fifís a mucha honra”. El disparate llamado la “Cuarta Trasformación” produce tanta reverencia y respeto que hasta los críticos del gobierno la escriben con mayúsculas, como si tal cosa existiera. ¿Será que no se dan cuenta que nunca antes el presente ha logrado fijar su lugar en la historia?
Por tanto, no puede haber crítica cuando el lenguaje presidencial se ha adueñado no sólo de las instituciones, sino también del lenguaje. No es exageración decir que AMLO está en la boca de todos. Cerca del Parque Patricia, al suroriente de Tuxtla Gutiérrez, hay un lavado de autos que se llama “Me canso ganso”. Pero es necesario advertir que detrás de ese encantamiento hay consecuencias muy graves.
No niego que el presidente tiene un talento expresivo, y aunque no hay ritmo en su discurso es muy hábil para difamar y poner etiquetas. Inolvidables serán el “señoritingo” y el “Riqui riquín canallín”. Para cada uno de sus opositores, para cada una de sus críticas, tiene una injuria. O son “otros datos” o es un escarnio contra los satánicos neoliberales, contra los perversos conservadores, contra el inmoral “enemigo del pueblo”.
Con el puro uso del vocabulario Andrés Manuel ha rehecho el imaginario de México. Nos dividió entre buenos y malos. Gracias a su palabrerío nos entendemos en dos bandos: el “pueblo bueno y sabio” que está conforme con sus acciones de gobierno y que festeja cada vez que denigra a un periodista, a un líder político, a un organismo, como lo hizo recientemente contra el Fondo Monetario Internacional al que le exigió una disculpa ya que –según él- tiene la culpa de la devastación que sus métodos neoliberales e injerencia provocaron en México.
El otro bando es la que conforma “el tiempo de canallas”. Esos opositores que explican los errores del gobierno federal. Los periodistas “chayoteros” que insisten en hacer análisis de las desatinadas políticas públicas. Las calificadoras que ponen en entredicho la tasa de crecimiento económico nacional que promete el mandatario.
Hay que decir que ese “poeta del insulto”, como lo llamara Gabriel Zaid, también es el de la destrucción. Las cancelaciones de proyectos importantes como el NAIM o el anuncio de proyectos malsanos como el aeropuerto de Santa Lucía o la refinería en Dos Bocas, han propiciado malas señales. Al momento de redactar estas líneas la calificadora Standard & Poor´s anunció que, si el gobierno federal mantiene el bajo nivel de productividad que le caracteriza y no desarrolla ningún tipo de reforma estructural, México crecerá la próxima década a una tasa promedio de 1.5%, inferior al 4% que conseguirán las economías emergentes.
En el discurso López Obrador habla de que en materia económica estamos “requetebién”, pero en realidad el Indicador Global de Actividad Económica registró una caída de 0.3% a tasa anual en el quinto mes, la segunda en la que va del año después de la caída de 0.6% registrada en febrero. Ese bajo dinamismo se explica por una contracción importante de las actividades de minería y construcción, comercios y servicios, y un lento despegue en las labores agrícolas, la pesca y la ganadería. ¿Requetebién?

CONEVAL
Al poeta de la destrucción le estorban las instituciones, sobre todo aquellas que se niegan a alinearse a sus exigencias. En lo que va de su administración ha desaparecido 14 instancias gubernamentales, a 16 les cambió el nombre y creó una nueva. A las que destruyó las tachó de corruptas, ineficaces y que representan una carga para el Estado. Para tal caso no hubo informes, sólo palabras y un chorro de insultos.
Ahora le tocó el turno al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), que es quizá la institución más exigente que podría revelar la inoperancia e inutilidad de los programas contra la pobreza y la desigualdad del nuevo gobierno. Por eso mismo corrió a quien era su titular desde hace 13 años, Gonzalo Hernández Licona, de quien dijo: “tiene una formación distinta a la que ahora distingue al gobierno. Él es de un pensamiento más cercano al neoliberalismo”.
El Coneval nació en 2005 y ha desarrollado metodologías de medición rigurosas que han sido reconocidas internacionalmente. Ha colaborado con transparencia y sin demagogia en los temas de desigualdad y pobreza, mismos que trata como las dos grandes asignaturas pendientes de México.
En los últimos años, ninguna otra institución ha hecho tanto servicio político al país como el Coneval, ya que sus mediciones estrictas sacuden la conciencia social al retratar nuestras carencias y desigualdades históricas, pues mide la pobreza en sus dimensiones alimentaria, educativa, de acceso a la salud, de calidad en la vivienda y de seguridad social.
El dinero invertido en él representa un real beneficio a la sociedad, pero al presidente le parece un dispendio y hasta llegó a decir que sus funciones las podría realizar el Inegi. Lo minimizó, así nomás, arbitrariamente y al compás de sus humillaciones.
Sin aportar ningún informe oficial, AMLO aseguró que el hoy ex titular ganaba arriba de los 200 mil pesos mensuales, cuando en el portal de transparencia del mismo Coneval decía que el sueldo neto de Hernández Licona era de 91 mil 957 pesos. Ahora anunció que el nuevo titular ganará 90 mil. ¿Dónde está el cambio?
Ayer, en la conferencia mañanera, dijo que el Coneval no desaparecerá, pero sin duda la arremetida contra éste es un escándalo.

UNA TAREA APRIMIANTE
Por tal razón, la crítica tiene una tarea apremiante: advertir a la sociedad sobre las decisiones del gobierno, pero apelando a los datos, al razonamiento técnico para hacer creer que la palabra del presidente no es la única ni la última que vale.
También debe exhibir la demagogia e ilustrar a los seguidores del caudillo. Y esa tarea no se trata de simple y vil confrontación, sino rechazar, por ejemplo, la reinvención de la patria desde el discurso, desechar la idea de que todo lo existente merece ser destruido y que todo lo nuevo merece respaldo.
Llegó la hora de entender que eso que el oficialismo llama “cuarta transformación” no es más que una ocurrencia para enaltecer al poder. No estamos en los tiempos de los reyes como para rendir tributo a la megalomanía de López Obrador. Debemos actuar con la prudencia y la razón por delante. ¡Chao!

yomariocaballero@gmail.com