Sr. López / Columna

La Feria / Sr. López

*** Fácil 

Tío Mario, de Toluca, era muy ‘ojo alegre’. Su esposa, tía Marga, lo sabía y le hacía marcaje personal y de zona, con guardia de vista. Una vez en una comida familiar de domingo, ella comentó que su marido, ahí presente, se iba tres semanas de vacaciones a Europa, con unos amigos, sin esposas. La mesa enmudeció, todos pasmados mirándola fijamente: era imposible creer que estuviera de acuerdo, sabido como era, que lo celaba 24/7 (como se dice ahora). Para mayor sorpresa de todos, en medio de ese silencio de asombro, tío Mario dijo que no iba a ir (hasta se oyó como giramos todos el cuello para verlo): eso sí era inaudito, pero de inmediato se aclaró el misterio, pues tía Marga, con su voz más falsamente ingenua, agregó: -Yo le digo que vaya, con el niño para que también conozca –lista la tía… podía ir, pero con su hijo, mocosito de once años con ‘mamitis’ aguda; así no le servía el ‘permiso’ al tío. Y no fue.

Por si no se ha enterado, sepa que hay una pandemia que trae vuelto loco al planeta, México incluido. Infórmese. El que está siempre a las vivas es nuestro Presidente, quien por eso emitió un decreto el pasado jueves 23 de este abril, detallando las once disposiciones necesarias para enfrentar la crisis económica y sanitaria causadas por el Covid 19 (y la caída del precio de petróleo).

Según el Diario Oficial de la Federación, el decreto es de austeridad (cosa ya de por sí extraña: recetarle al sediento no beber agua); y si se toma usted la molestia de leerlo completo, encontrará que tiene dos artículos transitorios, el segundo de los cuales reza: “Este Decreto se convertirá en una iniciativa de ley que estoy enviando con carácter de estudio prioritario y, en su caso, de aprobación inmediata a la H. Cámara de Diputados”. O sea: el decreto no se puede aplicar sino hasta la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión lo haga ley, que por eso dice ‘que estoy enviando’ (así, ‘estoy’, como si fuera una carta a Eufemia, en lugar de usar el adecuado impersonal ‘se envía’, o ‘se presenta’).

Así, el decreto es un no-decreto (como la rifa del jet sin jet); es una iniciativa no-iniciativa (se ‘convertirá’ en iniciativa), cuya justificación cae ya desde el primer párrafo de su texto, pues no se emite a causa de las consecuencias de la pandemia del Covid 19 y la baja del crudo (de petróleo), sino por algo inexistente “la crisis mundial del modelo neoliberal”, como si no hubiera coronavirus ni caída del precio del barril de petróleo en los países comunistas (China, por ejemplo). ¿Quién declaró esa crisis del modelo neoliberal?… ¿cuándo?

Como sea (hay que tenerle paciencia), demos por bueno el esperpento de documento y digamos que es un decreto. Perfecto. Pero aunque diga que es de “aplicación urgente y categórica”, abroche el cinturón de seguridad de su silla antes de leer la tercera frase de la fracción primera del documento: “de forma voluntaria se reducirá el salario de los altos funcionarios públicos hasta en un 25% de manera progresiva”… o sea, se decreta que cada alto funcionario decida si deja que le bajen el sueldo o de plano no. Humorismo presidencial involuntario, los decretos, decretan y lo decretado se obedece a fuerza (sin vulgaridades, por favor), pero no en este decreto que empieza pidiendo la voluntaria aceptación. Es doblemente un no-decreto.

Sin embargo, esa misma noche del 23 de abril, el Ejecutivo envió a la Cámara de Diputados otro papelazo, la “iniciativa de reformas a la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria para otorgar al Ejecutivo la facultad de reorientar recursos del Presupuesto de Egresos a la atención de contingencias de salud y programas en beneficio de la sociedad, así como a proyectos prioritarios del gobierno federal, en caso de emergencia económica”. Esto es de un candor que enternece pues pretende obtener de la Cámara de Diputados facultades que la Constitución otorga en exclusiva a la Cámara de Diputados y hacer ley lo que todos los presidentes han hecho siempre: charamuscas con el Decreto de Egresos, gracias al poder de sus sacros calzones, sin pedir permiso, año con año. Pero una cosa es que le pongan a uno cuernos y muy otra dar permiso para que lo coronen. El resultado es el mismo pero es diferente.

Parece fácil que se la aprueben (parece), pues es una ley que la mayoría simple puede validar (Morena y asociados la tienen), no como en las modificaciones constitucionales para las que necesita mayoría calificada (75% de los votos, o sea, que la oposición también esté de acuerdo).

Pero es solo apariencia, pues de aprobarse esta ley deberá modificarse la Constitución para permitir la concentración de facultades de dos poderes en uno y eso va a estar un poquito más que difícil.

Si aprueban la iniciativa tal cual, se van a ir a la Suprema Corte los opositores a trabar una controversia constitucional que van a ganar.

El Presidente no resiste ni puede ya ocultar su deseo de mangonear todo, presupuesto incluido. Está bien, se entienden los efectos que por vía anal infunde La Silla en el ánimo de los que colocan en ella su trasero. Pero que no diga que es por la pandemia, ni por caso de emergencia económica (término que no está definido en ninguna ley, por cierto).

Se oponen a esa peculiar iniciativa los partidos de oposición y un buen número de diputados de Morena. Ya se enredó eso.

Los cándidos proponen que el Presidente decrete el estado de excepción que prevé el artículo 29 constitucional, pero eso no lo verán nuestros ojos, primero porque necesita autorización de las dos cámaras, senadores y diputados, y segundo porque en la ley que reglamenta ese artículo, explícitamente se prohíbe que el Ejecutivo ande manoseando el presupuesto.

Tenemos una crisis de inseguridad, una de salud, una económica, una política y ahora por el camino de los atajos a la ley que parece gustarle tanto al Presidente, vamos a una crisis de constitucionalidad. Ignorancia, impericia y un voraz apetito de poder. Qué difícil es todo cuando todo se ve tan fácil.