Ciro Castillo / Columna

Ensalada de grillos  / Ciro Castillo

Hasta el arranque de precampaña de José Antonio Meade no recordamos a algún político que dijera en Chiapas comienza México.

Al contrario, nos acostumbramos a que nos dijeran  que estamos donde culmina México. En la frontera con el Triángulo del Norte (así se le llama a Guatemala-Honduras y El Salvador), una de las zonas del mundo más violentas por la presencia de pandilleros y el narcotráfico.

Muchas veces nos han preguntado y seguramente más de uno de los que vivimos en esta tierra nos hemos preguntado por qué razón no despunta Chiapas.

Por qué, como decía el ex gobernador, Pablo Salazar, que, eso sí, hay que reconocer que es buen orador, estamos en la cola de la cola.

Seguramente hemos escuchado la broma de que el “Tío Sam” quiere a esta entidad del Sur de México, sí, pero sin gente.

Por qué razón es atractivo e importante Chiapas, pero por qué seguimos teniendo los peores indicadores del país; salvo en seguridad, que pese a la delincuencia común, no nos pueden ni comparar con el desastre que se vive en otros sectores del país.

Entidades vecinas como Tabasco y Veracruz viven peores problemas de delincuencia organizada, insistimos, pese a la cercanía con la Frontera.

Chiapas tiene montaña, bosque, selva, mar, ríos, lagos, lagunas, turismo, zonas cultivables y demás riquezas, pero entonces qué es lo que pasa.

GOBERNADOS DESDE EL CENTRO

Manuel Velasco Coello será apenas el tercer gobernador de Chiapas que concluya su sexenio completo, si es que alguna cosa extraña no ocurre en lo que resta de este año.

Pablo Salazar, quien llegó al poder mediante una coalición que se antoja irrepetible, fue el primero en permanecer seis años en su cargo, lo cual parecía difícil de lograr hasta ese entonces.

El siguiente, Juan Sabines Guerrero, también lograría lo que en los viejos tiempos hegemónicos del PRI, cuando dicen que existía un “teléfono rojo”, parecía complicado de conseguir.

Hubo gobernadores de Chiapas que duraron días, horas incluso.

Si al Presidente de la República se le antojaba quitar a un gobernador porque consideraba que era necesario o porque así convenía, lo hacía en un abrir y cerrar de ojos.

Eso le hizo mucho daño a Chiapas porque los “años de Hidalgo” se repetían con mayor frecuencia. Ni quién dijera algo.

EL ZAPATISMO-INDIGENISMO

Otro episodio de la historia cercana de Chiapas se vivió con el zapatismo. El mundo entero volvió los ojos a esta tierra del Sur de México, reconocida por sitios como San Cristóbal de Las Casas, por el Cañón del Sumidero, las Lagunas de Montebello o la zona arqueológica de Palenque.

Se creyó que el zapatismo era la muestra de las decenas de años de pisotear a los millones de indígenas que habitan el territorio mexicano. Chiapas era el botón de muestra.

“Toneladas” de dinero se volcaron hacia esta entidad del Sur de México. Y cuando decimos toneladas no es en sentido figurado.

El problema es que, como muchos programas sociales que se inventan cada sexenio, estos recursos no llegaron a quienes verdaderamente lo necesitaban.

Hoy, años después del episodio del zapatismo, la situación indígena sigue igual o quizá peor que antes. No sabemos. La población ha crecido y las necesidades también. Ahora es más visible el fenómeno migratorio interno, así como nacional e internacional.

El discurso sigue siendo el mismo. Les debemos mucho a los pueblos indígenas. ¿La pregunta es qué hacer para pagar esa deuda? Los programas sociales, si bien pueden modificar la estadística, hasta ahora no han dado los resultados esperados. Aún hay mortalidad materna, aún hay hambre y desnutrición.

QUÉ HACE FALTA ENTONCES

Quizá el gran paso que debiera dar una entidad como Chiapas es que llegue un Gobernador que sea completamente chiapaneco, que haya crecido aquí y que piense como los de aquí.

Con los gobernadores han llegado camarillas de “fuereños” que no conocen a Chiapas, no quieren a Chiapas y por lo mismo, no les importa Chiapas.

Los gobernantes se rodean de pequeños grupos que se llenan los bolsillos y cuando concluye el sexenio se van y no se les vuelve a ver nunca. Y mientras tanto, el estado sigue en la cola de la cola.