Sr. López / Columna

La Feria / Sr. López

*** Misión imposible

Tía Lucero tuvo siete maridos legales y varios indocumentados. Sus divorcios fueron según ella, porque el primero le puso los cuernos; el segundo era un mantenido; el tercero maltrataba a sus dos hijos (del primer matrimonio, no tuvo más); el cuarto no le puso los cuernos, era muy trabajador y trataba bien a sus hijos, pero le pegaba; el quinto, le puso los cuernos, era mantenido, maltrataba a sus hijos y también le pegó; el sexto era un Otelo de celoso; el séptimo nomás le cayó gordo. De los de temporal, no hablaba. Una vez la abuela Virgen (la de los siete embarazos), dijo: -Lucerito tuvo mala suerte con los hombres –y brincó tío Armando su hijo mayor: -No existe tanta mala suerte, mamá, y si a suerte vamos, mala suerte la de ellos –enmudeció el palenque.

Un ingenuo leyendo nuestra historia dentro de algunos siglos, podría pensar “qué mala suerte la de los mexicanos de los siglos XIX, XX y principios del XXI”, pero otro no-bobo, pensará “¿qué hacían los mexicanos de los siglos XIX, XX y principios del XXI, que todo les salía mal?”.
Nuestros episodios nacionales parecen una sucesión de infortunios y tanto mal fario no existe:
Tardó más de 10 años en conseguirse la independencia porque Hidalgo llegó a Ocoyoacac, a las afueras de la capital del país, triunfante y con nutridas fuerzas muy aguerridas… y le mandó a preguntar al virrey Venegas si le daba chance de entrar a la ciudad para independizar la Nueva España, el Virrey le mandó decir que no, que mejor otro día y don Miguelito ordenó a sus bravos: -“Señores, va pa’tras” –sí, eso ordenó, pero nadie le brincó: -¡Óigame, no, va pa’lante! –y no lo tiraron a loco para irse a consumar la independencia el 2 noviembre de 1810 (sin tener que esperar hasta el 27 de septiembre de 1821, con más de 200 mil fiambres adicionales). No fue mala suerte, se dejaron.
Ya independizados, la raza contempló cómo se peleaban liberales, conservadores, republicanos, centralistas, monárquicos y federalistas, y a todos echaba confeti conforme llegaban al poder unos y otros, y cuando en 1848 tres gatos (José Bernardo Couto Pérez, Miguel de Atristáin y el tal Luis Gonzaga Cuevas), firmaron el “tratado” de Guadalupe Hidalgo cediendo a los EUA más de la mitad del territorio, la masa no fue a despellejarlos vivos, no, nada pasó, el Congreso ratificó el “tratado” y aquí se rompió una taza y cada quien para su casa… como si nada. Donde se armó la bronca fue en el Congreso del tío Sam, porque allá muchos consideraron que el tratado era ilegal y abusivo… pero, acá, acá, serenos. No fue mala suerte, se dejaron
Se pudieron implantar las leyes de reforma contra las creencias de la totalidad de la población, porque nadie dijo nada, si acaso hubo algunas pintas callejeras cuando vaciaron de monjas los conventos. Nada de mala suerte, se dejaron.
Acabó la guerra de los cristeros cuando los yanquis mandaron recado de que ya estaba bueno de matazones, que son muy malas para los negocios… y la masa católica mexicana, tan campante, se regresó a su casa; total, 300 mil muertos más, 300 mil muertos menos, ni que fuera para tanto. Y quedó rota la relación con la iglesia hasta Salinas de Gortari. Muy guadalupanos, sí, pero se dejaron.
Con esa nuestra serenidad tenochca de monjes contemplativos, Juárez se pudo quedar en el poder 14 años y medio, de diciembre de 1857 al día de su muerte, el 18 de julio de 1872; y luego Porfirio Díaz 37 años mangoneó el país, de 1876 a 1911, para irse a trepar al vapor Ypiranga entre pañuelos blancos, con música de banda y flores, a esperar la más serena muerte en su camita en París
La llamada revolución mexicana después del asesinato del presidente Madero, no fue eso sino un pleito por el poder de caciques y militarotes, que se justificó ante la gente entre otras cosas, con lo del “sufragio efectivo; no reelección”, sí, pero luego nos quedamos muy sosiegos con un régimen de un sólo partido 71 años (de 1929 al 2000), décadas en las que el “sufragio efectivo” era lo que saliera de los calzones de nunca supimos quién. El reguero de cadáveres de la “revolución” no alteró el pulso del tenochca impasible, el PNR-PRM-PRI, gobernó sin sobresaltos, faltaba más.
Luego, colmo de la mala suerte, se descubrió que nadábamos en petróleo. ¡Piedad! Ahora pesa sobre el país como una losa, la casi impagable y creciente deuda de Pemex.
Después fue nuestra “transición a la democracia” del 2000. El PAN de a poquitos salió de su crisálida de partido de oposición casi testimonial, hasta llegar al poder que en doce años perdió porque la gallarda ciudadanía no se acomodó a eso de tener gobierno en vez de papá mandón y regresó al PRI que sabía gobernar como nos gusta, sin hacer nada nosotros, a las chuecas o las derechas. Imposible vuelta al pasado
Así, el mismo electorado que trepó a Fox y a Peña Nieto, eligió a López Obrador. No hay una reserva secreta de votantes, somos los mismos y sin convicciones, no se enoje. Ya verá usted que los hoy chairos luego disfrutarán la dicha inicua de abjurar de quien hoy veneran, como veneraron a los anteriores, que las encuestas de popularidad de al menos estos tres caballeros son similares para el mismo lapso de gobierno.
El actual Presidente insiste en sostener el discurso perpetuo que usa para evadir enfrentarse a la vulgar realidad de los hechos reales. Hemos tenido otros así. No pasa nada. Llegan al final de su periodo, se van y hacen oídos sordos al repudio popular hasta que un día, empiezan los terribles efectos de la cruda inmisericorde que sigue a la borrachera del poder. Siempre.
También hemos tenido otros que quisieron prevalecer políticamente. Vano afán. El sucesor de cualquier Presidente, en cuanto termina de posar su sacro trasero en La Silla, se sabe liberado de toda atadura con su antecesor.
Lo que resulta irónico es que este Presidente impulsa sin darse cuenta, la convicción de que importa participar en política visto que hacer el país que queremos sin ciudadanía responsable y actuante, es misión imposible.