Sr. López / Columna

La Feria / Sr. López

*** Mascarada 

Hace ya más años de los que es prudente confesar, un grupo de amigos fuimos al aeropuerto a despedirnos de un querido maestro ya muy viejito, que regresaba a pasar sus últimos años en España, su patria. En una cafetería del aeropuerto, esperando su hora de abordar, anécdotas, bromas y la disimulada tristeza de saber que no sabríamos más de él, eran tiempos de cartas y meses de espera para recibir respuesta… aquello era un adiós con regusto a funeral con el fiambre vivo. Alguno le preguntó por qué se había quedado en México… nos habló de las muchas cosas que lo hicieron vivir acá 45 años, habiendo venido sólo a dar unas cuantas conferencias y después de una profunda pausa, dijo como hablando para él: -Pero… nunca entendí a México, nunca -se le preguntó a qué se refería… casi pierde el avión explicándonos.
Sí está difícil. A los 20 años de edad uno ni se plantea la cuestión, ocupado en apurarle a encontrar una manera decente de comer tres veces al día y el resto del tiempo a encontrar soluciones adecuadas aunque sean temporales, al vigor glandular propio de esas edades.
A los 30, empiezan las inquietudes, porque no es tan fácil mantener la nariz por encima del agua ya casado, con hijos -nacidos ricos: absténganse- y está del nabo pagar y pagar impuestos y al mismo tiempo, ver el franco progreso material de nuestros funcionarios, sus hijos y sus compadres, inversamente proporcional al IGJ (Índice General de Jodidez)
A los 40, la población no incluida en la ENE (Encuesta Nacional de Estupidez), ya ha elaborado su propia teoría sobre México. Unos, atribuyen nuestro penoso desarrollo, periódicas crisis económicas y baños de sangre, a que nos conquistaron los españoles (que ni es cierto, la conquista la hicieron los indios, la independencia los españoles); a la religión que enseña que ser pobre es a todo dar; otros, a la maldita vecindad con los yanquis, que nos odian gratis; aquellos, al mestizaje -sin atreverse a proclamar las bondades del exterminio de indios-, y también hay los ambientalistas: el clima es culpable de nuestro modo de ser, de nuestra improductividad y mañas: es que ¡con este calor!, nada más se antojan hamaca y fornicio.
A los 50 de edad, algunos de los pensantes tienen muy cuajada su propia teoría sobre México y sus penalidades, y una amplia mayoría, harta de buscarle cuadratura al círculo, simplemente aborrece a los políticos y a la política, se refugia en un egoísmo balsámico, ya perdida la fe en que durante su vida verán algún indicio esperanzador de que nuestro país cambie, que nuestra realidad tome rumbo mejor (digo, ¿ya se le olvidó que estamos en “nuevos pesos”, con tres ceros menos desde 1993?, nomás piense que un “hot dog” de banqueta cuesta el doble de lo que antes costaba un Volkswagen sedán nuevecito, de agencia; y que hoy, con lo que gasta en ir al cine -más “combo” de palomitas y refresco- antes le alcanzaba para comprar una casa de interés social, grandecita). Nota.- esta abulia ante la realidad, explica en parte la pasión por el futbol y los chismes de vedetes pues con algo hay que distraer las neuronas.
A los sesenta de edad, los que creían conocer bien el Manual de instrucciones para vivir en México, ya ven telenovelas, compran el Hola, solo leen la sección de Deportes en el periódico, resignados a seguir haciendo panza, conformes con no entender nunca los fenómenos que nos llevan de tropiezo en tropiezo público, a comenzar y recomenzar el país en cada sexenio.
A los setenta de edad, ya pocos se toman la molestia ni de preocuparse, total, ya va uno de salida porque a esas edades se anda todo el tiempo con el pase de abordar en la mano… pasajeros con destino al más allá, último aviso.
Hoy por supuesto y no tan novedosamente como creen los que no han acumulado en uso de razón más de seis décadas, soplan por el país vientos de inexplicable esperanza en Morena, más bien dicho, en el presidente López Obrador y a lo más a que se atreven ante la astringencia de resultados visibles, es a proponer: a).- Tenerle paciencia al Presidente para que enderece el barco, que Roma no se hizo en un año, ni en tres (un ‘ya merito’ recargado); b).- Darle tiempo a Morena para que sea partido, forme cuadros, expulse oportunistas y pueda poner de candidato a inquilino de Palacio Nacional, a uno que sí tenga la cabeza en su lugar; o, c).- Darle tiempo a la oposición para que asimile sus derrotas, asuma sus errores, corrija sus extravíos y en caso de que recupere el poder federal nos gobiernen, ahora sí, mejor que Dios Padre a la corte celestial.
Le tengo noticias, cualquier opción (a, b y c) y sus combinaciones, no resuelven la necedad general de poner en manos de una sola persona el destino nacional. Es tan inmensa la influencia y poder de nuestros presidentes que se vuelven locos; sí, nuestro presidencialismo a ultranza y por encima de las leyes, los vuelve locos; y a los que no, sus secretarios y colaboradores, con baños diarios de confeti, alabanzas desmedidas y sumisión de cachorritos retozones, los vuelven locos.
Habitualmente, en tiempos del PRI imperial era en su quinto año de gobierno que se volvían locos, pues llegaban a la cima de su poder, sabedores de que su autoridad política sería el fiel de la balanza para decidir su sucesión. Y aunque renieguen los fieles al Presidente actual, estamos en la resurrección del viejo régimen con una diferencia: este Presidente anticipó el proceso sucesorio y enloqueció apenas iniciando su cuarto año de gobierno. Si piensa que es una exageración de este menda, entérese que ayer declaró que si él no fuera presidente, “México sería un caos” y agregó:
“Ahora no, nosotros tenemos estabilidad económica, financiera, no se endeudó al país, no se ha empobrecido al pueblo a pesar de la crisis económica y el prestigio de México está por lo alto”.
Nada de eso es real pero a ver quién es el macho que se lo dice. En Palacio el país no cuenta, la gente tampoco, ellos solo esperan mantener el tiempo que les queda esta cruel mascarada.