Sr. López / Columna

La Feria / Sr. López 

*** Montaña de cadáveres

Contaba la abuela Elena de un tío suyo, Ficho (bautizado “Pontificio”, cómo quería que le dijeran), que fue mandón de espantar a un sargento; bravo de asustar a Pancho Villa y mentiroso de escandalizar a un vendedor de autos usados. Contaba que en casa del tío ese, dijera lo que dijera, “amén” era la respuesta, por no aguantarle una bronca; pero que lo traicionó la buena salud y llegó a muy ancianito; que casi paralítico lo sacaban a tomar el Sol a la puerta de su casa, en una silla de mimbre, con cachucha y una cobija en las piernas; y que no faltaba quien se acercara a saludarlo y oírlo contar sus mentiras. Acabó siendo la burla de todo Autlán. Triste.
No se puede definir con precisión cuál es el proyecto de nación que propone con su constante pregón el Presidente López Obrador. Su discurso parece siempre coherente, pero lo es solo respecto del propio discurso, pues conforme a su gobierno es confuso: por un lado, programas sociales de gran calado (con pestífero tufo clientelar-populista); y por el otro, política económica apegada con rigor a los dictados del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y prácticas de la OCDE y la OMC. Política económica exactamente igual que la de los gobiernos anteriores, esos que él repudia por “neoliberales”.
Tenemos al frente del gobierno federal a un Presidente que sin haberse atrevido nunca a declararse abiertamente socialista, se dice de “izquierda” (peculiar izquierda que festina el tratado comercial con los EUA y Canadá, antítesis de sus declaradas convicciones; izquierda que se pliega a que México reciba los migrantes que los EUA expulsen; izquierda que ni a susurros se opone a la novísima ley firmada por Biden autorizando a sus fuerzas policiacas a entrar a México a detener a quien les venga en gana… esa “izquierda” le acomoda bien al tío Sam, claro que sí), y peor, porque al decirse de “izquierda” no se percata de que echa mano a un impreciso término de la topografía política del siglo XVIII, que ya no significa nada en el mundo actual, sujeto a la enmarañada competencia comercial global en que participan igual los Estados Unidos y China, la Unión Europea y Rusia. Sí, el lujo de declararse socialistas o comunistas marxista-leninistas, en estos tiempos solo se lo dan los países que no cuentan en el concierto de las naciones, con anémicas economías al borde de la miseria.
En tanto, parece que el Presidente se regodea escuchándose a sí mismo sus fallidas frases bombásticas, mientras disfruta la dicha inicua de descalificar a quien le plazca, insultar a quien le cuadre y las alegrías que le da espantar inversionistas e invitarlos en Palacio Nacional con vajilla de lujo… tamalitos de chipilín; en lo que se goza con los insospechados placeres que le dan sus otros datos protegidos bajo el manto de la impunidad política y jurídica que da el Poder Ejecutivo… mientras todo eso: ya está en su cuarto año de gobierno y se le empieza a notar incómodo, irascible, como con prisa en proclamar con mayor insistencia el triunfo ya indudable de su gobierno, si no en los hechos, sí en las convicciones de fraternidad universal por él implantadas en la conciencia del pueblo. Fuera bueno.
Y mientras todo eso, resuena la terrible descalificación al gobierno de este Presidente: “No puede haber desarrollo, crecimiento económico, bienestar material, progreso, si no hay paz en nuestro país, si no tenemos garantizada la seguridad pública, el que no haya violencia, qué no haya confrontaciones”. Y el Presidente no puede desacreditar tales afirmaciones, ni achacarlas a los conservadores o la prensa que quiere desacreditar su movimiento y la cuarta transformación, porque lo dijo él en su mañanera del 21 de abril de este año. La buena memoria ha de ser fifí.
Y mientras todo eso, no falta el ocioso que desempolva periódicos viejos y recuerda lo que declaró el 21 de noviembre de 2014, el entonces presidente del Uruguay, José Mújica (de izquierda-izquierda, exguerrilero montonero), refiriéndose a que no se había aclarado lo de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa:
“A uno le da una sensación, visto a la distancia, que se trata de una especie de Estado fallido, que los poderes públicos están perdidos totalmente de control, están carcomidos. Es muy doloroso lo de México”.
Ahora, siete años después de tan tremendista declaración, tres años ya de este gobierno transformador, el vocero de las madres y padres de los normalistas, Melitón Ortega García, declaró el pasado jueves: “(…) los tres años de gobierno de López Obrador no han dado ningún resultado (…)”; y no es nuevo: el 26 de octubre de 2020, las madres y padres, protestaron en la CdMx: “(…) no vemos los resultados que prometió cuando llegó a la Presidencia, ni vemos de qué manera podemos avanzar”.
Y hay peor: deudos de otros desaparecidos se duelen que sus hijos no sean de la “aristocracia de Ayotzinapa”. El 28 de septiembre del año pasado, madres del Colectivo El Solecito, en Veracruz, denunciaron que de ni uno de los más de 300 cuerpos que han hallado se realizó una investigación: “¿Valen nuestros hijos menos que los de Ayotzinapa?”. No: valen igual y al gobierno corresponde decir cuánto: mucho, algo, nada. Los resultados hablan claro.
Si la economía va mal y agravándose, si las obras favoritas de este gobierno cuestan más y son de dudosa rentabilidad o si la corrupción continúa rampante, eso, todo, es secundario ante lo insultantemente obvio: la responsabilidad primera del gobierno es preservar la vida de la gente, tanto en seguridad como en salud.
Se equivocan los vociferantes partidarios de la 4T, si imaginan que la palabra presidencial basta y sobra para borrar hechos tan graves. Es inaudita la cantidad de muertes evitables en el saldo deudor de este gobierno; si son difíciles de olvidar las ya más de cien mil muertes causadas por la delincuencia, las más de 450 mil por la pandemia, los van a perseguir largamente.
El gobierno sin darse cuenta, discursea sobre una montaña de cadáveres.